miércoles, 22 de agosto de 2012

Gatos del mes más cruel

En abril, gatos mil


Los gatos viven el inicio de la primavera como su resurrección. Para una gran parte de la comunidad Miauw, el final del invierno es la señal para esparcir su adn. Y ese es el caso de mi vecindad. Aparecieron, venidos de ninguna parte: un robusto atigrado, que quién sabe cuántos genes de gato salvaje lleva, un negrito jóven e inexperto, decorado con un ridículo collarín verde, y un tricolor con pinta de legionario, y de pelo largo. Aparte de hacer escuchar sus conciertos de gregoriano felino, los pretendientes de Stacy perfumaron con zaña la entrada de la casa marcaron su presencia con un aroma recio, acre, ácido, muy animal, un olor a lo bestia.
Todo un derroche. Una pérdida de tiempo y energía. Tal vez los impulsa cierta inexplicable inexperiencia, o mucha tontería machista. Algo ajeno a la supervivencia de la especie les impide detectar que la hembra de sus sueños, pese a su belleza provocativa, no está disponible para ellos. Me pregunto si la presencia de los machos se debe a que las las gatas castradas todavía producen atractivas feromonas. Porque ya se sabe que las bípedas pensantes postmenopáusicas se vuelven invisibles a la mayoría de los machos bípedos.
Tal vez lo que ocurra es que los felinos sienten una atracción que va más allá del ímpetu reproductivo. Se que no es así. Pero me niego desechar una idea tan platónica como equivocada.

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